jueves, 20 de agosto de 2009

Desde cualquier parte

Brisa marina
viento huracanado
anticiclón y borrasca,
son tus estados de ánimo
cambiantes como el viento en alta mar
que me convierte en el lobo de tu corazón
y en el almirante de tu mirada,
pero no seras la bandera de mi mástil
pues mi corazón es pirata
escondido en una isla mitológíca
donde el tiempo nunca pasa.
Así me convierto en el mayor bucanero
mi especialidad el abordaje a tu cama
donde mi pata de palo
es una fiera arma.
Deje atrás el país del Capitán Garfio
ya no soy Peter Pan y tu mi hada
somo un solo cuerpo
abrazados y apoyados en la almohada.

viernes, 14 de agosto de 2009

Un sonido agudo me despertó. Era el sonido del despertador. Las seis de la mañana, me tocaba turno de mañana. Desayune un desayuno algo austero. Salí de mi apartamento y me puse a andar por una ciudad que se desmaquillaba del neón. Extrañas son las horas que juntan al borracho y al madrugador, y mas extrañas son si el que madruga lleva una petaca de ron en el bolsillo. Le dí un trago a la petaca. Al girar la esquina me caí de bruces al suelo. Había tropezado con una bella mujer de rasgos de Europa del este. Perdona le dije. No perdona me tú, no te vi y llevo algo de prisa. Y salió corriendo, allí me quede yo sentado en la acera viendo como se marchaba con su melena al viento y en ese mismo momento note que se llevaba algo de mi con ella. Le di un trago largo a la petaca apurando el ron. La guarde dentro de la chaqueta e intente incorporarme. Para mi sorpresa no podía levantarme, era como si algo me pesara mucho, o como si mis fuerzas se hubieran ido. Para mi asombro algo dentro de la chaqueta también peso, algo más de lo normal. La petaca estaba llena nuevamente. Me quede extrañado, la abrí y olí su interior. Sin ninguna duda era ron. Lo probé, era exactamente el mismo ron que había habido anteriormente. Me quite el sombrero para quitarme el sudor de la frente y derrepente vi que alguien me hechaba una moneda. Miré al extraño y le di las gracias. Como no podía levantarme me quede sentado viendo como me iban echando monedas en el interior del sombrero. y lo único que podía hacer era dar las gracias y beber de la petaca, la cual, cada vez que se acababa se rellenaba sola una vez más, como si se llenara por arte de magia. Me quede dormido.
Al despertarme tenía la ropa roída, una barba que me llegaba a la mitad del vientre y el pelo por la mitad de la espalda. Vi mi sombrero en el suelo muy viejo como toda mi ropa. No sabía que había pasado. Derepente apareció la misma mujer con la que acabe allí sentado. Su melena y sus curvas no se me olvidaban y me dijo. Ha pasado tres años, eres digno de tu paciencia Job. No, soy digno de mi vagancia y mi adicción al alcohol, la corregí.