martes, 20 de abril de 2010

Primeros contactos (parte III)

Abrí los ojos al mismo tiempo que me estiraba. En ese mismo momento me di cuenta de donde estaba y como había llegado allí. Le había conocido por fin, después de tanto tiempo deseándolo. El yacía dormido ami lado. El pelo le tapaba casi toda la cara. Se entremezclaba con la barba, dándole un aspecto algo extraño. Eche un vistazo a la habitación. Tanto su ropa como la mía se encontraba esparcida por toda la habitación. Su bombin, boca arriba, contenía mi ropa interior, pareciendo un cuenco de lujuria. No pude contener una sonrisa. Le volví a mirar para ver si seguía durmiendo. Me levante despacio y fui hacia el servicio.
Para tratarse del servicio de un piso de un hombre esta bien decorado pensé. Tenía un tono verde, producto de las baldosas y de unas cajoneras. Me metí en la ducha con la intención de asearme un poco. Puse el agua a treinta y ocho grados, pues tenía regulador térmico. Fue cuando empezaba a enjabonarme, cuando la puerta de la mampara se entre abrió, al mismo tiempo que su voz me decía, ¿no me avisas para ducharme contigo?. Mientras hablaba se colo en el plato de la ducha, dándome un abrazo seguido de un beso con esos labios, ¡esos labios!

sábado, 17 de abril de 2010

Tu rastro

Como sabueso sin domesticar
busco sin hallar
el rastro que me lleve nuevamente a tus caderas, también sin domesticar
las que añoro abrazar
y acariciar suavemente,
pero me pierdo en mitad del rastro
desviándome a otro lado
siguiendo un rostro
siendo yo de otro modo
tan parecido y tan distante
sin saber que estoy delante
de lo que aparece mil veces en mis sueños,
esa diosa sin dueño
la cual quisiera yo amar
y en mi cama amarrar
de corazón llamado libertad
dejándome naufrago de su amor,
así me agarro a cualquier tronco
que se cruza delante mía en alta mar
sigo siendo perro sin amo ni dueño
persiguiendo tu rastro y mi cola, ladro en sueños.

jueves, 15 de abril de 2010

el embajador de sodoma y gomorra

En un espacio de ni setenta metros cuadrados, allí no pasaba el tiempo, en un espacio infinito recorriendo el gotele de las paredes con los ojos, allí sentado en el suelo con las piernas cruzadas y los brazos en la nuca, allí sentado al mismo tiempo que no estaba.
Se preguntaba por todo y por nada, por el espacio y el tiempo. Se levanto al mismo tiempo que se colocaba el calzoncillo. Fue hacia la nevera cuando se tropezó con un tanga de esa diosa que le abrió la puerta del mas oscuro placer. Ella le provocaba de manera consciente y él intentaba evadirla pues no quería caer en sus redes, ya que Cupido anteriormente no le había ayudado mucho. Pero no podía evitarla. Todas las noches recorría en su imaginación sus curvas, cada una de las texturas de su cuerpo. Se la imaginaba desnuda como una diosa hija del propio Zeus. Así en un pensamiento y sueño despierto se evadía de la cruda realidad, ella nunca le pertenecería, y el lo sabía. Se daba de bruces contra el suelo cuando despertaba, cuando en un recuerdo el era el embajador de sodoma y gomorra.



Dedicado a un buen amigo por una semana de risas y excesos.

miércoles, 7 de abril de 2010

Ausencias

Moviendo el café de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, así un sin fin de veces. En el cenicero mi cigarro se consumía, al igual que el tiempo en mi espera. Cruzaba las piernas de derecha a izquierda de izquierda a derecha, ¡demonios! Pensé, ya no sabía como sentarme. Me parece que fue cuando esta totalmente decidido a comenzar a contar el gotele, cuando la vislumbre por la ventana.
La puerta se abrió dejando paso a unos tacones de vértigo, seguidos de unas medias que como hiedra iban trepando por unas esbeltas piernas, que a continuación dejaban una falda corta a medio muslo provocando a la imaginación con las curvas que guardaban, sobre el torso una rebeca roja sobre una camisa blanca abierta hasta medio pecho, que te decía entre líneas “entra y registra”, y sobre la rebeca caía por el lado derecho una coleta de un pelo negro azabache recogido.
Fue en el momento de llegar a sus ojos, cuando noté que el corazón hacia tiempo que me había dejado de latir, algo parecido a la brisa marina recorrió mi espalda hasta la coronilla cuando esos ojos se fijaron en mí, pues al mismo tiempo el semáforo dio luz verde a una sonrisa que acabo por arrancarme el corazón. Allí me encontraba yo, con la mismísima Afrodita ante mi, y yo sin nada que decir, sin nada expresar, ni un misero latido.