lunes, 28 de noviembre de 2011

Destellos de luna roja

Como cada noche se encontraba sentado en la misma piedra de todas las noches. Allí sentado no hacía nada más que mirar al cielo, mientras el resto de la manada lo ignoraba, pues eran demasiadas noches, haciendo lo mismo. Salía de su guarida, iba a dar un paseo siguiendo el rastro de algún pequeño roedor para comer algo, y luego otro paseo hasta la piedra. Era su ritual de todas las noches. De todas y cada una de ellas, allí mirando el cielo esperándola.

Ya apenas la recordaba. Se impacientaba pues había pasado mucho desde la última vez que la vio. Ya no recordaba su aroma traído por el viento del Este. Ya no recordaba su luminosa mirada embaucándolo. Eso lo apenaba tanto que no pudo resistirse. Aulló en la oscuridad de la noche. El resto de la manada lo miraba sin comprender, ¿por qué ahora? ¿por qué si no había ni luna?. Lo que ellos no sabían es que esa no era su luna.

En otro tiempo había sido un hombre, si un hombre como los que ahora les daban caza por el monte, el llano, o la montaña. No les daba tregua. Había pasado mucho desde aquella época. Por entonces era un hombre apuesto, de una estatura que superaba la media, cosa que se refleja en su tamaño actual, de pelo negro moteado con canas por las sienes, inclusive en algunas zonas de la barba. Tenía una constitución fuerte por su profesión, allá cerca de la falda de la montaña, donde la conoció. Ella era autóctona y el extranjero en esa tierra, mucho más fría que si tierra natal. Un día después del trabajo, ella se acerco con su gente para comerciar pieles, con las que se hacían abrigos para aguantar el frío de Noviembre. Fue en aquel instante cuando sus miradas se cruzaron, y ya no pudo olvidarla. Desde ese instante, todas las noches se acercaba al poblado para poder verla. Según pasaron los días ella se alejaba del poblado para encontrarse con él. Charlaban toda la noche hasta que llegaba el alba, y con los primeros rayos de luz, el volvió a su trabajo y ella a sus quehaceres. Así pasaron los días y los meses, mientras su amor se hacía cada vez más grande.

Justamente en el día que fue a besarla apareció el chamán del poblado. Escandalizado por su conducta, los condeno a estar toda la eternidad separados. A él lo convirtió en un canis lupus condenado a vagar buscándola cada noche. A ella la convirtió en un eclipse de Luna, para que el no la viera todas las noches.

Libertad del lobo

Se rompieron las cadenas

y el lobo corre libremente,

corriendo por las praderas

de la libertad de su mente,


aullando a la luna roja

hasta perder la razón,

haciéndole perseguir su cola

y hasta su propio corazón,


lobo solitario que necesita el calor de la manda

lobo solitario que nadie manda sobre su alma,

sale cada noche en busca de la luna

la cual se le llevo la voz


la escucha susurrando entre el viento

la siente caminando por la tierra

la roza en el rocío

que deja su adiós.