sábado, 11 de junio de 2011

La Espera

Allí se encontraba esperando. No le gustaba hacer esperar, ni tener que esperar a nadie. Cada dos minutos miraba pero la puerta no se abría. ¿Por qué no salía?. ¿Se habría olvidado de que habían quedado?. Ciertamente no lo sabia.

Pasaban un sin fin de coches, un sin fin de peatones, pero no salia. Mientras esperaba hasta observo a una pareja de ancianos paseando, agarrados como si fueran una pareja de adolescentes. Le era curioso la poca basura que pudieran llegar a producir dos ancianitos.

El tiempo pasaba. Las horas pasaban. Los minutos pasaba. Los segundos pasaban. Se abrió la puerta, de dentro salió alguien. Pero no era con quien había quedado. Se volvió a cerrar. Y allí con las posaderas en el banco siguió esperando. Tanto tiempo se paso esperando que vio hasta cambiar el tiempo de nublado a soleado y de soleado a muy nublado.

Siguió esperando. Una mujer se sentó a su lado y pregunto, “¿Qué haces?”. A lo que contestó, “Estoy esperando”. El cuerpo empezaba a pesar un poco, pues estaba como engarrotado, como oxidado. Tras lo que le pareció un sin fin de tiempo se dio cuenta de que no podía mover los brazos. Pero daba igual, allí siguió esperando.

Observo más gente paseando, más coches, más ancianos. Todo ello observó con las posaderas en el banco.

Cuando quiso darse cuenta no podía ni hablar, se había olvidado de como hacerlo. Sólo recordaba esperar en aquel banco. Así sin poder mover los brazos, sin recordar como hablar, se sorprendió al tampoco poder mover las piernas. Estaba allí con una parálisis, y esperando.

Empezaron a caer las primeras hojas de los árboles, ¿cuanto tiempo llevaba allí esperando?. En los hombros dos montoncitos le hacía compañía, mientras esperaba a que saliera por aquella puerta. Mientras llegó el otoño allí estuvo esperando. La boca le sabía a algo como sangre, pero no pudo comprobarlo. La ropa adquirió una tonalidad vieja y desgastada por la suciedad, que se iba acumulando. De repente se dio cuenta que lo observaban, a lo que no les pudo decir que se marcharan, pues allí solo podía estar uno esperando.

Para su asombro otro día, un chico se sentó a su lado, sacó una cámara, le paso un brazo por encima, y se fotografía como si fueran hermanos. Al rato tres personas repitieron la acción. ¿Que estaba pasando?. No entendía nada. Nada entendió hasta que un fotógrafo le enseñó la fotografía en la que aparecía a su lado. Quiso gritar al verse, el rostro bronce de tanto esperar, fosilizado.

2 comentarios:

. dijo...

también tiendo a pensar eso cuando veo los hombrecitos de bronce... es bastante escalofriante

Rodrigo Marcos dijo...

jaja exacto jaja.