lunes, 14 de febrero de 2011

Segundos pasos

Que calor hacia. Estaba sudando, lo que se puede considerar “sudando mares”. Con tanto calor solo podía pensar en algo frío y cálido a la vez. No sabía el por qué de este pensamiento, hasta que se acordó de él.

Habían pasado casi treinta años, pero aún así siempre se acordaba de él, pues había sido una parte importante de su vida. Por aquel entonces era meramente una colegiala inocente, distraída con idealismos de amores eternos y mundos felices. Pero pronto se daría cuenta lo equivocada que estaba. En las semanas que siguieron a su decimosexto cumpleaños fue cuando lo conoció. Un chico alto, esbelto, de pelo castaño claro y ojos azules. Él era mayor que ella, pero que importaba si empezó a enamorarse de él. Al principio todo era casi idílico podría decirse. A veces desaparecía alguna semana pero no la preocupaba porque confiaba en él, y siempre volvía. Entonces al años las semanas empezaron a ser más frecuentes. Esto la empezó a preocupar, pues volvía más frío. Tanto que una vez su madre la llamó entre sollozos. Había estado robando los días previos de sus ausencias a su madre, lo que la preocupó bastante. Una de las veces decidió seguirlo a escondidas.

Cual fue su sorpresa, su golpe con la cruda realidad. Nunca se había preguntado por que siempre llevaba camisas de manga larga, pero no necesito preguntarlo, lo descubrió. La verdad es que no iba muy lejos. Entraba en el suburbio de la ciudad. Lugar de prostitutas, camellos y yonquis. Eso era lo que realmente era, un adicto al caballo. Ella le había entregado lo que más protegen y quieren entregar a quien aman las chicas. Descubrir que era un adicto la preocupó. Que calor hacia.
Sus pensamientos se habían perdido, justo en el momento que recordó una clínica. Que calor hacia.

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